Dicen que en Madrid no hay nada más castizo que un mercado, y en Chueca ese papel lo juega el Mercado de San Antón. No es un lugar monumental ni de postal, pero sí un rincón que guarda la memoria del barrio y la adapta, con cierta discreción, a los tiempos de hoy. La primera vez que entré en el Mercado de San Antón tuve la sensación de que allí convivían varias ciudades a la vez. En la planta baja, los puestos de siempre: fruterías, pescaderías, charcuterías que parecen resistir con dignidad el paso del tiempo. Hay quien va con lista en mano y prisa en los pasos, pero también quien se detiene a charlar con el tendero, como si las conversaciones fueran tan necesarias como el pan que compra.
En las plantas superiores, en cambio, el aire cambia. Los puestos se transforman en pequeños espacios gastronómicos donde uno puede probar desde un vino madrileño hasta un plato asiático. El contraste no resulta estridente, sino más bien natural: es como si el mercado hubiera aprendido a hablar en varios idiomas sin olvidar el suyo.
Una terraza que observa al barrio
Subir a la azotea del Mercado de San Antón es un pequeño ritual. Allí arriba, entre mesas de madera y un murmullo constante de conversaciones, el barrio se abre en panorámica. No es la mejor vista de Madrid —la Gran Vía se lleva casi siempre el protagonismo—, pero sí una de las más íntimas. Desde la terraza se intuye el pulso de Chueca: alegre, diverso, a veces bullicioso, pero siempre cercano. Es aquí donde entendí que el mercado no es solo un espacio para comprar o comer, sino también un punto de encuentro. Un lugar donde se mezclan turistas que buscan autenticidad y vecinos que, sin darse cuenta, ofrecen ese toque genuino. Si alguna vez pasas por Chueca, no te quedes solo en las calles más transitadas. Sube al mercado, siéntate un rato en la terraza y observa: quizá encuentres la esencia del barrio en un gesto pequeño, en una conversación ajena, en una copa de vino al atardecer.
Entre tradición y futuro
El Mercado de San Antón no es perfecto. Hay quien dice que ha perdido parte de su carácter popular, que se ha convertido en un espacio demasiado cuidado. Tal vez tengan razón. Pero también es cierto que en sus pasillos todavía se respira la mezcla: la de lo viejo y lo nuevo, la de lo castizo y lo cosmopolita. Esa mezcla, al fin y al cabo, es la que define a Chueca. Porque una cosa sí es cierta, cuando he viajado a otras ciudades he visto con pena cómo los mercados acabaron siendo lugares solitarios a los que ya nadie quiere ir, eclipsados por el auge de los supermercados. Y si no has tenido ocasión de viajar por otras ciudades, hazlo virtualmente: sólo entra en idealista (o cualquier otra web de alquileres). Podrás ver que hay decenas de locales intentando encontrar a alguien que lo revitalice.