Historia de Chueca

chueca metro street sign

Historia de Chueca

Un barrio no nace de planos: nace de manos. De decisiones pequeñas que, repetidas durante décadas, levantan muros, cambian costumbres y abren puertas. Hay días en los que basta quedarse quieto un minuto para escucharlo latir: el eco de los primeros oficios, las voces de quienes llegaron, los pasos de quienes se quedaron… y ese rumor nuevo que, poco a poco, lo convirtió en un lugar donde caben más vidas.

Chueca es una zona dentro del barrio de Justicia, en el distrito Centro de Madrid. No tiene entidad administrativa propia, toma su nombre de la plaza y la estación de metro dedicadas al compositor Federico Chueca, y se encuadra —a grandes rasgos— entre Gran Vía por el sur, Fernando VI por el norte, Barquillo al este y las calles Hortaleza y Fuencarral al oeste. La plaza de Chueca se llamó antiguamente plaza de San Gregorio y adoptó su nombre actual en 1943, en honor al compositor.

A mediados del siglo XX, Chueca era un tejido castizo de talleres, corrales de vecinos y comercio de cercanía. La vida transcurría entre mercados, parroquias y bares de mostrador corto, con un ritmo de barrio que sobrevivió —como pudo— a las sacudidas de la ciudad moderna.

Del deterioro a la oportunidad

Los años setenta y parte de los ochenta golpearon a Chueca con especial dureza: prostitución, droga y abandono vaciaron locales y viviendas, y la zona se degradó hasta rozar la marginalidad. Ese declive, sin embargo, abarató alquileres y abrió una grieta por la que entró aire nuevo: el colectivo LGTBI encontró aquí espacio —y cierta invisibilidad— para empezar a construir vida y comunidad.

CHueca

A finales de los ochenta, Chueca comenzó a concentrar locales de ambiente y espacios de socialización: Café Figueroa, Black & White, Sachas… En 1993 abrió Berkana, la primera gran librería LGTBI de España, un gesto a plena luz del día que cambió el relato: banderas en escaparates, cultura como punto de encuentro, y una red de negocios y asociaciones que fue haciendo barrio en torno a la diversidad.

Lo que empezó como refugio —rentas bajas, persianas a medio subir, locales con timbre— se volvió laboratorio de ciudad. La comunidad LGTBI, expulsada de tantos sitios, convirtió Chueca en hogar; y el vecindario, con su mezcla de curiosidad y costumbre, fue pasando del recelo a la normalidad y de la normalidad al orgullo

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La eclosión del Orgullo y la visibilidad

En 1989, Chueca se convirtió en epicentro de la celebración del Orgullo en Madrid. Desde entonces, cada comienzo de verano, sus calles y plazas funcionan como “kilómetro cero” de una semana que es fiesta, reivindicación y memoria. La plaza —hoy Pedro Zerolo— y la red de calles cercanas se llenan de actos, conciertos y encuentros que proyectan al barrio como símbolo europeo de libertad y diversidad.

“El primer verano que colgamos la bandera pensé: ‘a ver qué pasa’. Pasó lo de siempre cuando haces lo correcto: que entra más gente buena.”

Nombres propios sellan esta historia: Pedro Zerolo, activista y referente cuya memoria habita en la plaza que lleva su nombre; Mili Hernández, al frente de Berkana desde 1993; y una constelación de colectivos (COGAM, entre otros) que anclaron en Chueca buena parte de la infraestructura cultural y política de la igualdad. La visibilidad dejó de ser nocturna: escaparates, librerías, galerías, rutas y festivales hicieron del barrio una escena a plena luz del día.

La transformación de Chueca no fue solo ocio nocturno: fue también cultura en sentido amplio. En los ochenta y noventa se asentaron galerías como Juana de Aizpuru, Buades o Fúcares; semanas y festivales (como Visible) utilizaron bares y espacios del barrio como salas expositivas; el Mercado de San Antón renació como polo gastronómico y social; y la Calle Pelayo, Fuencarral y la propia plaza se consolidaron como ejes de una vida urbana vibrante y diversa.

Esa densidad cultural —librerías, arte, gastronomía, diseño— alimentó la sensación de lugar: no solo un “barrio de ambiente”, sino un ecosistema donde la diversidad era paisaje, la cultura un hábito, y la hospitalidad, una práctica cotidiana.

madrid estación de chueca

Línea del tiempo: hitos de una transformación

1943 — Un nombre propio: la plaza adopta el nombre de Chueca en honor al compositor Federico Chueca

Años 70 — Degradación: prostitución, drogas y abandono vacían el barrio y hunden sus rentas

Años 80 — Primeros locales LGTBI: abren cafés y bares de ambiente; empiezan a hilvanarse redes de comunidad

1989 — Chueca, sede del Orgullo: el barrio se convierte en centro de la celebración madrileña del Orgullo, que crecerá hasta proyectarse internacionalmente

1993 — Berkana abre sus puertas: la librería LGTBI de Mili Hernández marca un antes y un después en visibilidad diurna y vida cultural

2000s–2010s — Escena cultural y renacimiento urbano: galerías, mercado y circuitos artísticos consolidan la imagen cosmopolita de Chueca

dibujo pedro zerolo

Microhistorias de Chueca

1. El balcón de verano Aquella bandera arcoíris apareció un lunes cualquiera, moviéndose tímida con el aire. Al tercer día ya era saludo y guiño para quien pasaba, como si llevara años colgada ahí.

2. Verbena sin apartarse Sonaba “Bailar pegados” en la plaza. Dos chicos se tomaron de la mano, se miraron y se dejaron llevar. La pista entera hizo hueco. Nadie aplaudió; no hizo falta.

3. Puertas abiertas En los noventa, había que tocar al timbre y esperar que te dejaran pasar. Hoy el mismo local tiene las puertas abiertas de par en par, y la música se oye desde la calle.

4. Madrugón en Pelayo Era Orgullo y aún no amanecía. Un vecino bajaba a por pan; otro, con glitter en las pestañas, volvía de bailar. Se cruzaron en la acera y se sonrieron. Vecindad en estado puro.

5. Café en la plaza Pedro Zerolo pidió un café y se quedó hablando con todos. En cada mesa, una historia; en cada abrazo, un motivo para seguir luchando.

6. El mercado renacido Donde antes había puestos vacíos y luces apagadas, el Mercado de San Antón volvió a oler a fruta fresca, tapas y conversaciones que mezclan idiomas y acentos.

El Mercado de San Antón

En el corazón palpitante de Chueca, mucho antes de que el acero y el cristal dibujaran su silueta actual, el Mercado de San Antón nació como un humilde mercadillo al aire libre en el siglo XIX, hecho de cajones de madera y del bullicio de vecinos que intercambiaban productos y confidencias. Su nombre lo tomó de la parroquia cercana, como si quisiera anclarse a la vida del barrio para siempre.

Mercado de San Antón: 150 años latiendo con Chueca, donde cada aroma cuenta un recuerdo y cada visita escribe historia.

En 1945, en una ciudad que aún curaba las heridas de la Guerra Civil, se levantó su primer edificio cubierto. No era un prodigio arquitectónico, pero sí un refugio: allí se mezclaban los aromas de frutas recién llegadas del campo, el eco de las voces de tenderos que conocían a cada cliente por su nombre, y la calidez de un lugar donde el comercio era también comunidad.

san anton

Década tras década, el mercado fue testigo de la transformación de Chueca: desde las familias recién llegadas en los años 50 y 60, pasando por la efervescencia de la movida madrileña en los 80, hasta convertirse en punto de encuentro de la vibrante comunidad LGTBI+ en los 90. Cada cambio social dejaba su huella en los pasillos, pero el alma seguía intacta: la de un espacio que latía al ritmo de su gente.

En 2007, el viejo edificio cedió paso a uno nuevo, inaugurado en 2011, que supo reinventarse sin perder su esencia. Hoy, entre puestos gourmet, terrazas soleadas y espacios culturales, el Mercado de San Antón sigue siendo lo que siempre fue: un lugar donde los sabores cuentan historias y cada visita es un capítulo más en la memoria de Chueca.